HISTORIAS QUE VUELAN A TU ALREDEDOR

viernes, 14 de marzo de 2025

73. Testimonial inminente






Dos agentes de la Policía Local, tras abandonar el coche patrulla, se dirigieron a la dirección que tenían anotada en una pequeña libreta, uno de ellos llamó al timbre, el otro enhiesto como un águila hambrienta. Abrió la puerta un hombre de aspecto desaliñado con chándal de sofá y chancletas de usos infinitos.

—Está usted detenido. Según la ley: tiene derecho a un abogado, a no declarar en su contra… Permita —le mostró los grilletes abiertos.

—¿Y eso?

—Es culpable de causar daño corporal a su esposa, el médico forense certificó que, lo que ella nos mostró en urgencias, resultó ser un hematoma producido por sus manos y no por un topetazo contra la mesita. Acompáñenos a comisaria. Tenemos que formalizar su implicación.

—No tienen testigos.

—¿Le parecen pocos, sus tres hijos?

 

72. La sentencia firme

 



El imputado permanecía delante del tribunal judicial que había cuestionado las circunstancias del delito y la relevancia de los bienes jurídicos afectados. Imaginaba, junto a su perro, mirando el verde de los prados que llegaban a mezclarse con los picos sobre las colinas de la comarca hasta llegar el amanecer que resultó anaranjado. Regresó calmo bajo el cielo azul del alba pisando la gravilla blanquecina del camino serpenteante y bordado de abetos que le llevó hasta el cobijo de una vieja cuadra donde descubrió tumbados sobre un lecho de paja nueva a su esposa con el amante. Jamás se hubiera imaginado estar en aquella situación en la que no podía olvidar el cuerpo descuartizado del hombre, ni tan siquiera el rojo sanguinolento de la esposa inconsciente que mantuvo en sus manos hasta que llegó la policía avisada por uno de los empleados de la finca.

                  —¡¡¡Prisión permanente revisable... !!! —saltó el juez.

 

    Sonó el golpe del mazo.

 

71. La inauguración oficial

 




El alcalde de la ciudad inauguraba la nueva estación ferroviaria. Permaneció en silencio y reflexionando sobre las palabras que iba a pronunciar. En la primera fila se encontraban los dirigentes del partido político al que pertenecía desde años. Sabía que los micrófonos colocados en el atril funcionaban, los palpó para estabilizar su ansiedad. Giró la mirada a derecha e izquierda y descubrió a su madre que le observaba; recordó la pregunta que ella le había hecho al inicio de las obras: ¿Quién te ha regalado ese coche tan flamante? La miró por segunda vez y descubrió al constructor que la abrazaba. Bebió agua sin poder tragar su angustia, ni la mirada reprobatoria de la madre, que había descubierto a su mecenas político en ese instante.

 

miércoles, 19 de febrero de 2025

70. Reparto de beneficios

 



 

Sopló las dos velas que había encima del pastel cubierto de merengue: ocho delante y un cinco al lado para enumerar su edad. Tras el aplauso de los familiares presentes, por recomendación de su fallecido esposo, repartió en sobres la parte de los aginaldos navideños a hijos, nietos y biznietos. Al quedar totalmente a solas, abrió la tapa que cubría el gramófono y cogió uno de los discos de vinilo, cuidadosa lo depositó encajando el agujero del centro para que girara a treinta y tres revoluciones, pasó el paño por encima y dejo caer la aguja lectora en los primeros surcos. Tras los primeros crujidos brotó la música del acordeón y la voz aterciopelada de Carlos Gardel cantaba “Adiós Muchachos”, colocó la palma de la mano derecha pegada a su abdomen y encuadró la izquierda. Sonriente, cerró los ojos húmedos para bailar su tango preferido. Sumisa a su antojo sonoro recordó los compases de su marido desde el mismo día que le prometió amor eterno en aquella terraza de verano.

 

69. Recolecta nocturna.

 






 

La lluvia persistía durante varios días consiguiendo que los campos se anegasen y algunos lugareños comentaran el refranero: “Agua de mayo, vale para todo el año”. Apenas se escuchaban las gotas que estallaban en el plástico de los invernaderos que cobijaban las plantaciones invernales que relucían entre los claros de la luna que aparecía de entre las nubes como por arte de magia. El motor de un coche se escuchó hasta que se detuvo al margen del camino rural. Dos linternas reflejaron la senda bordeada de hierba fresca y su luz se estampó en la concha espiral de varios caracoles que buscaban las hojas mas tiernas del campo.

—¡Vámonos! —alertó uno de ellos.

—Aprisa que nos pillan —se congratuló otro.

—Llevan cubos, fijo que vienen a por nosotros.