El imputado permanecía delante del tribunal judicial que había cuestionado las circunstancias del delito y la relevancia de los bienes jurídicos afectados. Imaginaba, junto a su perro, mirando el verde de los prados que llegaban a mezclarse con los picos sobre las colinas de la comarca hasta llegar el amanecer que resultó anaranjado. Regresó calmo bajo el cielo azul del alba pisando la gravilla blanquecina del camino serpenteante y bordado de abetos que le llevó hasta el cobijo de una vieja cuadra donde descubrió tumbados sobre un lecho de paja nueva a su esposa con el amante. Jamás se hubiera imaginado estar en aquella situación en la que no podía olvidar el cuerpo descuartizado del hombre, ni tan siquiera el rojo sanguinolento de la esposa inconsciente que mantuvo en sus manos hasta que llegó la policía avisada por uno de los empleados de la finca.
—¡¡¡Prisión permanente revisable... !!! —saltó el juez.
Sonó el golpe del mazo.
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