Una vez descargado el equipaje en nuestra habitación, en la casa de campo de mis suegros, fuimos a la cocina para tomar un refrigerio. Mi suegra a preparaba la cena. Se limpió las manos con el mandil y me invitó que la acompañara a la buhardilla externa en donde había gallinas y una jaula con varios conejos. Me entregó un cuchillo, tan grande como los del concurso MasterChef y me dijo:
—Pilla un conejo y mátalo, mañana lo echaremos a la paella.
Saque el animalito y lo deje encima de una mesa rancia.
Delante del animalito permanecí observando cómo roía un trozo de pan duro que yo mismo le entregué. Parecía no percatarse de mi presencia, por lo que sentí una debilidad que me afectó íntimamente. Acariciándolo, pasé mi mano por su lomo con suavidad; de repente, la voz de mi suegra:
—¡Trae, cobarde!
En un santiamén le acogotó.
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