Mi único interés aquella tarde era escuchar el programa de discos dedicados después de la emisión de los cuarenta principales. Los más vendidos en la primavera del año 1974. Para ello tuve que inventarme la escusa de que tenía un fuerte dolor de barriga, porque mi madre escuchaba a diario la novela radiofónica: Lucecita. Ante mi persistencia, puso el dial en la emisora donde le sugerí y me senté en una silla junto a la mesa camilla para merendar. Casi me atraganté con un bocado del bocadillo de mantequilla de colores, al escuchar que el locutor me dedicaba la canción de Nino Bravo: Un beso y una flor. La petición era de una chica que se llamaba Rosita. Desde entonces, a ella no le han faltado mis besos y a mi madre las flores en su tumba.
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