44. El patito guapo

 

Detrás del aula de la naturaleza, no se encontraba ningún visitante, en la laguna bordada de matorral. Tras los días de intensa lluvia, el ambiente se mantenía tan limpio como el patito que por allí navegaba tranquilo. De vez en cuando, se introducía por las zonas laberínticas cercanas a la orilla, donde alternaba por a la superficie pavoneando su plumaje. Al no sentirse atraído por nadie, subió a una roca que sobresalía para ver el lugar de estacionamiento de los coches de visitantes y, al cerciorase de lo que suponía, estampó su sombra sobre el manto del agua mansa para admirarse, como si estuviese frente a un espejo. Eso le hacía vanagloriarse, tal cual un actor de primera línea escénica.

Sabía de la hora solar, por ver la sombra que llegaba a deslumbrar por todo el lago, bajo la arboleda que engalanaba el perímetro del humedal. Marchó a la parte norte donde llegaba calma el agua del manantial, tan pura como el alma de cualquier angelical. Al poco, marchó para atrapar un gusano que acabaría en el interior de su pico. Cuál fue su sorpresa, a su lado se dejó caer revoloteando una Polleta ( Gallinula Chloropus ), de pico rojo y plumaje tan negro como su porvenir. Aterrizó a trompicones y cuando apenas tomo el agua, nadó apresurada hacía la orilla buscando cobijo. Al patito guapo le supuso una intromisión en su habitad, por tanto, se le acercó cauto siguiendo su rastro ondulado en el agua hasta que la descubrió entre cañizales, donde resaltaba su pico. Con prudencia se le acercó y preguntó:

—¿Te pasa algo?

—Vienen persiguiéndome…

El patito miró por el entorno y sugirió que le siguiera. Llegaron a una zona donde la densa maleza de juncos les cubriría. Observaron en silencio todo cuanto se les permitía entre ramales. Descubrieron a un hombre rudo que se aproximaba por el camino del puente, portaba una mochila en el brazo como si lo tuviese en cabestrillo.

—En esta zona está prohibida la caza —dijo el patito guapo a modo de consuelo—, estoy considerado como una especie protegida. No sé tú; no te había visto antes. A ese hombre de la mochila, alguna que otra vez.

—Me crie en la zona baja de la acequia. No nos dejan tranquilas. No es tan bonita como esta. Todos los días se pasea alguien con la escopeta al hombro. ¿Tú qué haces por aquí?

—Me dedico al espectáculo, observa aquella caseta de madera, pues en el interior se esconden las visitas, aunque ellos no lo saben, yo los veo. El sol se refleja en los cristales de sus cámaras fotográficas, me acerco hasta donde se que me pueden captar y paseo llegando a volar para mostrar mis alas de colores, consigo que acorten el tiempo, luego me acerco a donde llega el agua del manantial y me pongo como un rey comiendo lo que me traen. Gusanitos de queso, son los que más me gustan, aunque luego se me queda pringado el pico de ese olor extraño, aunque a los niños les gusta mucho ¿Los has probado?

—Los que yo pillo son de la ciénaga.

—Aparte me traen comida los cuidadores del ayuntamiento, no sufro como los que estáis por los alrededores.

—Estoy pensando en quedarme contigo. Es una laguna muy limpia y segura. Puede garantizar la supervivencia de mi especie y así dejar de ir huyendo de los cazadores furtivos. No te puedes imaginar lo dura que se ha puesto la vida, mis padres me hicieron salir antes de tiempo del nido, sufrieron un desahucio. Un labrador quiso ampliar el huerto.

—Yo no puedo quejarme, tengo seguridad social garantizada, apenas pillo un poco de calentura, se lo hago saber al cuidador y, si hace falta, estoy de baja laboral, y comiendo igual. Para que me entiendas, soy la atracción del entorno natural.

—Siempre hablas en singular, ¿Estás tú solo?

—Qué va, tengo seis pollitos que están al cobijo de su madre, aún no saben nadar, ya les han dejado la comida para hoy. Intentaba buscarles algún gusano para que no pierdan el origen de su cadena alimentaría. Fíjate el hombre que llega con la mochila, veras como se acerca al puente, viene a traer algo. Seguro algún cacho de pan blandito.

—No lo he probado nunca.

—¿Qué dices?

—Lo que oyes.

—Ahora tienes la oportunidad, tienes que ir a él, para permitir que te haga fotos. Igual te acaricia un poquito el cuello. Suelen hacerlo de vez en cuando. Y el pechito también.

—¿Y dices que es suficiente para que te den comida?

—Ya lo creo… prueba.

La Polleta hizo caso y al llegar cerca de la orilla, entretenida picoteó cuánto pudo hasta que observó que ya no había migas por la orilla. El hombre las mantenía en su palma de la mano abierta, se acercó y pilló una de sopetón pequeña, al tercer picoteo el hombre cerró su mano atrapándola del cuello, como quién coge el mango de una sartén. En un plis plas, se lo retorció y hecho sin vida a su mochila. Muerta.

El patito se quedó perplejo. Metió varias veces el pico en el agua para espantar sus miedos. Necesitaba cerciorarse de lo ocurrido y nadó enloquecido en busca de nada.