HISTORIAS QUE VUELAN A TU ALREDEDOR

jueves, 12 de enero de 2023

37 La Chicharra

 


 

Dionisio llegó con su nieto al parque que había cerca de la estación de autobuses de Gandía. Por suerte encontró un banco libre para sentarse y darle la merienda; desde que se jubiló iba a buscarle al colegio cuando su hija tenía turno de tarde en el hospital, ya que el yerno, trabajaba en una tienda del centro comercial. Había pocos niños, según el nieto, era el cumpleaños de uno de ellos, y a él, no le habían invitado. El abuelo desenvolvió el bocadillo quitándole el papel de aluminio mientras el niño se entretenía con los cromos de la liga de fútbol; seleccionaba los repetidos en montoncillos para intercambiarlos. Embelesado, el anciano miraba aquella vieja locomotora de tren. Su nieto se colocó frente a él, con la boca tan abierta como si quisiera mostrar sus anginas al médico, hasta que el abuelo depositó una pequeña fracción de pan con jamón.

—¿Estas triste, te veo serio? —preguntó el niño después de tragar el compuesto y deshinchar el moflete.

—Que va… es que hoy hace cuarenta y cinco años que deje de subir a esa vieja locomotora. El tiempo ha pasado sin darme cuenta.

—Ya me lo contaste una vez y recuerdo que la máquina esa se llamaba La Chicharra, en casa me enseñaste la gorra que te ponías para no ensuciarte de la ceniza del carbón.

—Era de mi padre ¡Qué tiempos! Me acuerdo cuando yo era como tú, no cesaban de hablar de las máquinas que hicieron desaparecer la fuerza de los animales. Máquinas que funcionaban calentando el agua, como en una perola exprés del puchero. Algunos marcharon a trabajar a Alcoy, con el mismo tren que les llevaba el carbón para la industria textil, al igual que los viajeros que llegaban a la playa de Gandía, en verano. Sobre todos los domingos. De hecho, tu abuelita era una alcoyana, la recuerdo con tanto cariño…

—¡¡¡¿Desde cuándo hablas a solas?!!!

Aquella voz le cortó el dialogo, giró la cabeza y descubrió que su nieto ahora jugaba con otro zagal cerca del tobogán. Saludó al recién llegado y cuando estuvo sentado a su diestra se interesó por él:

—¿Tú no estabas con fiebre? —le preguntó Dionisio.

—He salido a dar un paseo y echar un cigarrito.

—Lo tenemos mal, como nos descubra mi nieto, se lo chiva a mi hija.

—¿Y qué más da? Más humo que tragamos en esa chimenea 

Señaló la locomotora con la gayata, a modo de un profesional de la esgrima  con alguna onda mal compuesta por el tembleque de la mano que tiraba a no desistir por el esfuerzo.

—Te he interrumpido al verte a solas, no creo que tu nieto le interesara lo que le estabas contando, se ha largado con el amigo.

Sonó a reproche.

—Cuanto me acuerdo de aquella época —continuó Dionisio con reminiscencia—. Sin embargo, yo cada vez que observo esa locomotora, solo me acuerdo de ella. Aquella alcoyana que me hizo tan feliz… ¡qué guapa era!

—Y ahora estas tan solo como yo, desde que me jubilaron no doy pie con bola.

—Y yo. 

—¿De verdad que no tienes ningún cigarrito?

—Tengo el paquete entero, lo que pasa es que el niño está al acecho.

De soslayo miraron al nieto que se entretenía con su amigo en la rueda de tubos de colores llamativos, sacó del paquete dos cigarrillos y los fumaron con premura, apenas apagaron la colilla en el suelo, su amigo, tras estirar la zona lumbar apolándose con la gayata, se despidió plantado:

—Me voy, que, si no, mi yerno se enfada con mi hija.

—Hasta mañana, seguramente que no veremos por aquí. Este lugar me hace hablar a solas—sonrió Dionisio poniendo cara de majara. 

Llegó su nieto para coger el cartón de zumo, una vez absorbido hasta hacer notoria la aspiración con una pedorreta, miró a su abuelo y le amonestó:

—Te he visto fumar, a ti y a tu amigo.

—Jugábamos a echar el humo como la chimenea del tren.

—Ya me lo enseñaste una vez, se lo dije a mamá, me advirtió que era una excusa para fumar los que te compras sueltos en el quiosco de Teresa.

—Pues calladito, y si no, le diré que solo te comes la mitad del bocadillo. Y si te parece poco, mañana te quedas sin cromos. 

El niño exhaló un suspiro de resignación y le preguntó:

—Te acuerdas mucho de ella, ¿verdad?

—¿De quién?

—¿De quién va a ser…? De la abuelita.

—Anda pelanas vamonos, que ya es tarde.

—¿Qué quiere decir pelanas?

—Te pelaron ayer… ¿verdad?

El anciano soltó un caramelo mentolado en la boca para espantar el fétido de la nicotina. El niño el chicle de fresa que recibió como premio a su fidelidad.

 

 

 

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡¡Tan costumbrista y próximo como siempre!! Me gusta 👍