La mujer que atendía la administración de lotería, tras la ventanilla, colocó la última moneda de diez céntimos en el montoncito que complementaba la suma exacta de veinte euros; precio de un décimo para el sorteo de navidad. El cliente le sugirió que el número terminara en siete y, tras observarlo, lo guardó en la cartera, junto a la fotografía en que estaba junto con su familia. Caminó hasta llegar a una calle del centro comercial de la ciudad, abrió el estuche del violín y lo asió con parsimonia para tocar la melodía: “Noche de paz”. Al poco se le acercó un niño y dejó caer al maletín dos monedas. El músico lo agradeció mostrando una sonrisa forzada y continuó soñando despierto, de cuando le tenía en brazos. La mujer que debía ser la madre del zagalillo, se acercó al niño y le prendió de la mano, con sonrisa complicada se alejaron del lugar.
Él continuo con aquella melodía que sonaba a tarde de melancolía.
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