HISTORIAS QUE VUELAN A TU ALREDEDOR

miércoles, 15 de julio de 2015

1. Tragedia




Desde que comencé el Camino de Santiago, como cada etapa, solía llamar a mi esposa por teléfono, me extrañó que no contestara y llegué hasta la puerta del albergue para peregrinos en Pedrouzo, donde quedó preparada la litera para mi penúltima noche. Uno de los que solía caminar conmigo, al verme me preguntó si estaba enterado del accidente en el había descarrilado un tren cerca de Santiago, me encogí de hombros y por curiosidad, nos acercamos a un bar cercano. Antes de pedir nada, nos fijamos en las imágenes de la televisión y vimos la filmación de una cámara de seguridad que retransmitía la llegada de la cabeza del convoy a una curva y descarrilaba hasta volcar. Aquello me supuso una gran consternación al haber ocurrido tan cerca de nosotros. Según el locutor, algunos de los viajeros tenían nuestro mismo destino.

El peregrino que me acompañó, al salir del bar, se desplazó hasta una plaza para llamar a su familia, yo hice lo mismo y mi esposa no me contestó, me extrañé. Al poco, el timbre del teléfono me sobresaltó, miré la pantalla y descubrí que era mi hija, la mayor, me sorprendió, había hablado con ella ese mismo día por la mañana, apenas lo activé me preguntó: ¿Te has enterado del accidente del tren? Mamá viajaba en él, quería darte una sorpresa y estar contigo mañana. La imagen de aquel tren que vi en la televisión llegó conmigo acompañada de un sinfín de pulsaciones que atolondraban mi corazón, ¿Qué me estás diciendo? Le pregunté, y me respondió tan nerviosa como lo estaba yo: No sabemos nada de ella, hemos llamado a la policía, Mari dice de irnos con el coche y Juan también. Al finalizar la conversación me acerqué a una papelera, apenas dos impulsos y vomité toda la cena, cuando me disponía a lavarme la cara en la fuente, vino a buscarme el peregrino, que por lo visto, había hecho lo mismo que yo. Le dije lo que había ocurrido y me ayudó a recoger todas mis cosas. Me despedí de él con un abrazo muy efusivo.

Una mujer que regentaba el albergue, por mi solicitud, llamó a un taxista del pueblo y media hora después llegábamos al lugar del accidente. Apenas puse el pie en el suelo aspiré un olor indescriptible, podía ver ráfagas de humo que se dispersaba con el escaso viento. Con la mochila acuestas fui hasta donde estaba una patrulla de la policía local, les indiqué a trompicones el nombre de mi mujer. Uno de ellos me consoló indicándome que no me alejara mucho del lugar y, que, apenas supiesen algo me informarían. Con la voz tan trémula como mi estado, les di las gracias.

Me acerqué hasta donde estaba señalizada la catástrofe con una cinta que ellos mismos habían colocado. La escena era horrible: luces rojas de ambulancias se mezclaban con las azules de los coches patrulla, el traslado de personas era incesante, los reflejos de los chalecos de los socorristas se veían por todas partes, algunos cubriendo cadáveres con mantas térmicas, otros atendiendo a los heridos. Sentado sobre una piedra saqué de la mochila mi compostelana y observé todas las acuñaciones, hasta la de aquel veinticuatro de julio de dos mil trece. La besé pidiendo ver viva a mi esposa y rogué a Dios por ella. Lloré todo cuanto pude pensando que su vida ahora estaba en aquel infierno. Sonó de nuevo mi teléfono, ahora era la mayor de mis hijas, me dijo: Papa, salimos ya para Santiago, Luisa, María y yo, los niños se quedan en casa con Carlos. Ya estoy en el lugar del accidente. Le respondí, y ella sugirió: De que sepas algo llámanos. No os preocupéis y tened cuidado con la carretera. Corté la comunicación para no demostrarle más mi tormento.

Llegó un coche patrulla lleno de policías y aparcó al lado del que ya estaba. Uno de ellos, tras entrevistarse con los que yo había hablado se me acercó y preguntó: ¿Es usted el marido de Esperanza Gutiérrez Balsea? Afirmé con la mirada. Su esposa se encuentra en el Centro Medico la Rosaleda, es a donde trasladamos los heridos de poca importancia, si quiere le podemos acercar, tenemos que regresar a por más agentes. ¿Puedo llamar a mis hijas? Le pregunté con suplica y me contestó: Por supuesto, aunque le aconsejo que lo haga cuando este con su esposa, a sus hijos les gratificará hablar con ella.

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