Como cada día, de aquella interminable pandemia, Ceferino se había levantado el primero; estuvo dando vueltas por el comedor, sin atreverse a entrar en la cocina hasta que no lo hiciera su esposa, que se quedó extrañada al verle de un lado a otro palpándose la barriga como si hubiese roto aguas previas al parto. Comenzó a preparar la mesa para los desayunos. Por norma, era él quien se encargaba de las tostadas y despertar a los niños. Esa mañana lo hizo a regañadientes. Ella, por curiosidad, le abordó:
—¿Cómo es que te pones la mascarilla? ¿Vas a salir?
—Al contrario, voy a entrar en el retrete, ha salido tu hijo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario