Arrodillado delante del retrete, como si fuese a fregar el suelo, subió sus manos a la par por el lateral de la loza blanca hasta levantar la tapa de la cisterna. Descubrió el canalillo que se desprendía por el fondo, cerró la llavecilla de paso y sentó encima de la tapa del wáter quedando sus rodillas pegadas a la pared. Provocó una descarga completa y tras desenroscar el tornillo que la fijaba, la desplazó a un lado y desmontó el flotador por donde entraba en agua. Al descubrir la gomita de cierre desgastada, sonrió como quien ha descubierto al peor de los delincuentes. Del bolsillo sacó una nueva y la cambió, acto seguido, acopló todo lo desmontado y accionó el pulsador.
—¡De algo te ha servido el curso de bricolaje! —dijo la esposa que había llegado prevista con el cubo y la fregona.
Al agua manaba por todas las juntas que había tocado.
—¡Hay que llamar cuanto antes al fontanero!
—¿Y eso?
—¿No lo ves que es culpa de la presión?
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