HISTORIAS QUE VUELAN A TU ALREDEDOR

martes, 20 de diciembre de 2022

33. Ajuste de cuentas


 


 



Johnny Turquets, apodado el piojo, dejó las riendas del caballo atadas a la barandilla de madera frente la puerta del salón, en Madison. Con sumo cuidado quitó el polvo de su capa con el pañuelo tal cual intentase espantar las moscas del caballo y sujetó las dos hojas de la puerta abatible, dio una batida con la mirada al interior, donde el humo de los cigarrillos era tan espeso que se cortaba al paso de los clientes. Atravesó la espesa bruma hasta llegar a la barra de madera bruñida donde el camarero le aguardaba paseando un trapo al mostrador por delantera suyo, hasta que cesó el pianista.

—¿Qué le sirvo forastero? 

—¿Qué le trae por aquí? —le preguntó el que había de espaldas y después le observó con atención acariciando la culata de su revolver.

—Negocios —contestó el piojo observando el espejo, con tantas manchas como tenía el mandil seca manos del camarero.

—Quizás le pueda ayudar.

Ladeó la solapa de su chaqueta raída dejando a la vista una estrella que estaba enganchada al chaleco de piel de vaca y que seguramente le otorgaba el cargo de Sheriff de la ciudad. El forastero, al tiempo, observó las mesas cubiertas de naipes con montoncillos de billetes rodeados de vaqueros junto con algunas de las chicas que formaban parte del putiferio.

—¡Whisky! —solicitó al camarero—, deje la botella.

Dos tragos largos y respondió a la supuesta autoridad. 

—Buscó a Johnny Turquets, más conocido como "El zurdo de Texas”

Permitió que rumiara la respuesta y dio un tercer trago de golpe, sin llegar a desnucarse por tragar de sopetón. 

El sheriff dio una cabezada lateral derecho para indicar:

—Le tiene sentado en la mesa del fondo, junto al del piano. Es el jefe de los cuatreros que le rodean, se dedican al traslado de reses, aunque de vez en cuando, me consta, que se les olvida alguna por el camino… ya me entiende.

Confirmó con ironía.

—Apenas le conozco. Solo le vi el día que le advertí que no debería cruzar el Mississippi, me consta que desconocía de la corriente que lleva ese río.

—No quiero problemas, es muy amigo de la dueña. Ellen Williams, la que de vez en cuando nos deleita con sus canciones. no canta muy bien, pero tiene buenas piernas y un buen par de... ya me entiende.

—Solo he venido para ajustar cuentas —Palpó la culata de su revólver.

El Sheriff, con la mirada, solicitó al camarero que llenara su vaso.

—No se preocupe —añadió el piojo—, quiero dejar una cuestión que nos atañe a los dos. Y ya que estoy aquí lo haré también con ella. 

—¿La conoce? 

—De hace…

El recién llegado se trasladó a donde estaba el que tocaba el piano, dejó su codo en lo alto de la caja musical y aguardó a que finalizase la tonadilla. Con elegancia sucinta, depositó un dólar rodándolo en un platillo.

—Tócala otra vez… Sam.

—La señorita Ellen es la que decide cuantas veces la tengo que tocar. 

El piojo metió sus largos dedos en el bolsillo del chaleco. Extrajo de entre ellos un billete plegado que hizo que los ojos del pianista relucieran a través del humo espeso de su cigarro. Mostró una sonrisa de complicidad y posó los dactilares separados sobre las teclas anacaradas. Apenas sonaron las primeras notas, desde el altillo, comenzó a cantar una mujer que lucía un vestido de color verde, muy escotado, sus dos senos se unían en un exuberante canalillo que aunaba el estado libidinoso de los que por allí pululaban. Dándose aire de artista de burdel, caminó hasta la escalera lustrosa de media luna sin despegar la mano de la barandilla; ni perder de vista al recién llegado. Con larga estrofa terminó la canción al llegar a donde estaba el Sheriff.

Formaron un corro de tipo político.

—¿Puedo saber a qué viene esto? —se interesó ella.

—Bien lo sabes —contestó el piojo con enojo—. He venido a dejar las cuentas claras. No me gustan los cabos sueltos. Ni flecos por atar. Sabes a que me refiero.

—Podemos hacerlo en mi habitación, no tengo miedo a la verdad. Te aseguro que nada tienes que hacer por aquí. No queremos problemas 

—Eso es cierto —. El piojo miró de atisbo a Johnny Turquets.

—Así es —matizó ella con resoplo—. Y si lo que quieres saber es quién es el verdadero padre del hijo que llevo en mi interior —se palpó la barriga a círculos con suavidad y mimo—, os lo diré a los dos.

La perplejidad llegó a oídos del pianista que dejó sus manos quietas sobre las teclas, algunos no perdieron un ápice a la escena. 

—Yo estuve aquí hace tres meses—alegó el piojo.

—Hace cuatro, pasé yo con el ganado —añadió Johnny Turquets, que acudió a la barra por habérselo indicado ella con un chasquido de dedos.

—El hijo que llevo es de él—La mujer señaló con el índice al Sheriff, que ninguneaba con el baso vacío en la mano.

—¿Qué le vamos a hacer? — Resolvió el forastero y se dirigió al pianista

—Tócala otra vez Sam…

—¡¡¡Corten!!!—saltó el director de la película y añadió—¡Queréis ceñiros al guion! Cinco minutos y rodamos de nuevo desde el final de la canción.

—El hijo es mío—. Insistió el sheriff.

—Esa no es en la realidad. —resolvió ella con sonrisa picarona.

Algún extra soltó una carcajada maliciosa.

 

 

 

 

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