HISTORIAS QUE VUELAN A TU ALREDEDOR

viernes, 28 de octubre de 2022

25. Mejor imposible



 

Una señora de cara mofletuda y, con tanta laca en el pelambre, que simula portar un algodón de feria tintado de dorado sobre su cabeza, abre la puerta de su apartamento para salir a comprar un ramillete de flores, descubre en el final del pasillo enmoquetado al vecino, el señor Melvin, un escritor de novela romántica cuyo único interés es persuadir al perrito del vecino pintor de rellano para que desista de soltar la orina en el pasillo tras olisquear la moqueta. Con guantes de goma negra, invita al animal a que acuda a él, al interior del ascensor. El perrito levanta su patita, junto al zócalo de madera, el señor Melvin se lanza como un portero para evitar el gol y le atrapa entre sus manos por el abdomen. Aún así, el animal libera su vejiga sin control y, de inmediato, es introducido en el tobogán comunitario en donde los vecinos dejan caer las bolsas de basura. Se abre la puerta del apartamento de Simón, que llama a su perrito por su nombre, el señor Melvin, intenta, sin éxito, pasar desapercibido frente a él, al despiste.

—¿Por casualidad ha visto a mi perrito? —le pregunta a Melvin.

—¿Estás hablándome de tu perro? —le responde con mofa y añade ambivalencia como el Joker peliculero en Batman— o lo haces de ese hombre que corre por los pasillos jugando contigo al pilla pilla…

Aparece el susodicho vestido con un traje, tan negro como su piel.

—Adoro a su perro—continua el señor Melvin, con mirada escrutadora y esfuerzo sublime para no descubrir el desenlace del perrito.

—Usted no adora a nadie… ¡señor Melvin! — le reprocha Simón y con aire afeminado, junto con su amante negro, se introducen en el apartamento dejando como prueba del enfado un fuerte portazo.

Melvin regresa al suyo y, por los trastornos obsesivos que padece, inicia el cierre de la puerta: cinco vueltas cerrojo arriba, cinco vueltas al de abajo, enciende y apaga la luz cinco veces, en el aseo repite la acción. Los guantes, de un solo uso, terminan en el cubo de basura, a continuación, y desenvolviendo cinco pastillas de jabón, se lava las manos quejándose de la alta temperatura del agua que suelta vapor. La soporta con creces y resignación.

Mientras, Simón celebra la presentación de su colección de obras de arte entre amigos y seguidores; hasta que llaman a la puerta y aparece el portero que le entrega al perrito en sus brazos, lo acoge besuqueándole en el rostro, al tiempo que le quita alguna monda de manzana con el resto de porquería. El portero le indica, por su interés, que lo ha encontrado en el cubo de basura del sótano. Confiesa con expresión jocosa que alguien lo ha debido tirar por el tobogán comunitario —se lo indica con la mirada ondulada por el entorno.

El señor Melvin reanuda su trabajo frente al ordenador, sentado como si fuera un músico al piado de cola. Sin chaqueta de cola. Antes, arregla la escuadra de botellitas de agua mineral, aunque la luz de ambiente es tenue, la vuelve a graduar con sigilo y busca en su mente la frase que no le llega ante el jolgorio incesante que escucha del vecino, permanece tenso como un hilo dental, a la espera de inspiración y lee en voz alta: "Ella había confesado y él, la había perdonado… para esto se vive dijo él… Dos cabezas sobre la almohada donde todo se aprueba y solo existe la seguridad de estar el uno junto al otro…" Mudo, intenta recuperar su interés volviendo a leer lo escrito. En la puerta de su apartamento suenan golpes de nudillos que le hacen inmovilizar, deja pasar los segundos, repite la frase de la oración que intenta recomponer, los nudillos insisten, pero esta vez, añaden contundencia. El escritor no consigue concentrarse, su talento se trunca por el sonido que ahora suena como si fuesen producidos sobre la aldaba de bronce en un castillo fantasma; su mente desconcertada por completo salta por los aires.

—¡Hijo de puta! —grita Melvin y se levanta enfurecido.

En apenas seis zancadas llega a la puerta atolondrado de nervios, quita todos los cerrojos y la abre de tirón, al ver al pintor junto a su amante, con pose guardaespaldas, aspira todo el oxigeno posible y lo suelta la retahíla:

—¡¡¡Maldito sarasa, culo prieto!!!

Trémulo, Simón le muestra que ha recuperado su perrito. Se lo enseña como si fuese el hijo del rey León, al resto de los animales.

—Vaya, pues es un alivio —le contesta con arrogancia y se aproxima a su rostro hasta casi aspirar su aliento—, te das cuenta que yo trabajo en casa. ¿Te gusta que te molesten cuando estas mariposeando en tu jardincito?

—No, de hecho, quito el timbre al teléfono…

—Pues yo trabajo a todas horas, así que, nunca, nunca me interrumpas ¿De acuerdo? Ni, aunque haya un incendio, y si por casualidad, oyes un golpe seco en mi casa, y al cabo de una semana sale un olor que sólo puede ser de un cadáver putrefacto y que tengas que llevarte un pañuelo a la cara, porque la pestilencia es tan fuerte que te puedes desmayar, aun así. No… no llames aquí —el escritor le mira intensamente sin un parpadeo y continua—. O si es la noche de las elecciones y estés emocionado y quieres celebrarlo porque algún chupapollas con el que sales y ha sido elegido el primer marica de los Estados Unidos de América, aun así. No… no me llames. ¡A esta puerta jamás! Bajo ningún concepto. ¿Lo has captado ricura? — El actor Jach Nicholson, que es quien interpreta al señor Melvin, le muestra una sonrisa tan maliciosa como la que hiciera cuando interpretó al Jack, en la película “El Resplandor”.

—Ha sido una indirecta muy sutil —contesta el vecino.

—¡Es usted un impertinente! —indica el amante del pintor.

Portazo.

 

 

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una escena genial 😂😂