Borja salió de estampida por la puerta trasera de la casa, sólo escuchaba a su madre gritar: ¡Márchate! ¡Huye! Un fuerte golpe sobre uno de los muebles fue lo que inicio el silencio en que ahora sucumbía preso del pánico.
En el jardín, Torrente, un pastor alemán que le podría igualar en altura fue a su encuentro con su galope peculiar. El niño, junto al perro, se acercaron en cuclillas hasta la ventana que daba al comedor, observó a dos hombres, uno de ellos mantenía forzada a su madre desde la espalda, el otro, intentaba pegarle un fragmento de cinta adhesiva en la boca, a pesar de su abnegación.
Agazapado bajo la ventana intentó buscar a un tercero, por no verle, supuso que debería andar por la casa buscándole, ya que su padre aún no había regresado de la reunión empresarial en que se encontraba.
—Anda vamos—dijo sigiloso Borja al perro—, sígueme, saldremos por la malla secreta que da al jardín de Felipe. Los padres aún están de vacaciones, nos esconderemos en su casita de madera, esto no me gusta nada.
—¡Guau…!
—No ladres capullo, shiiit, intenta no ponerte delante que podemos tropezar y caer, con la oscuridad es difícil saber por dónde ir, ya esta, aguarda que retire las ramas, pasa tu primero y espérame, agáchate. Aguardaremos hasta que llegue mi papá.
—¡Guauuuu!... Guau.
—Chiiit, he dicho que te calles —se detuvieron tras un matorral—, mira, ha salido un hombre de la casa y busca en tu caseta. Esos tipos nos quieren robar, mi mamá dudó de ellos, pero la engañaron. La oí decir que se extrañaba fuesen tres los técnicos de la alarma, a estas horas. Cuando ya tenemos el pijama puesto. Me están buscando por las habitaciones, las luces son de sus linternas, a mamá la han dejado maniatada. Fijo.
—Guauuu.
—¡Callate! —Insistió y puso el dedo índice en su boca —Tenemos que hacer algo, antes de que sea tarde.
Borja abrazó por el abdomen al perro, le acarició el pecho al sospechar que estaba tan nervioso como él. Se acomodaron en la caseta del amigo vecino, donde guardaba su padre las herramientas del jardín y que hacía de trastero.
—¿Qué podríamos hacer?
—Guau… guau…
—Te quieres callar. Que yo pregunte, no tienes porque responder incauto, tenemos que pensar en salvarla, mi padre tarda —miró a la calle levantando la cabeza como si fuese un avestruz para tragarse la lombriz.
—Guau, guau…
—¡A que te pongo el bozal!
La mansión de su amigo permanecía desierta, Borja sabía por donde se podía menear sin que se activaran las alarmas, alguna que otra vez habían jugado al escondite por aquella parte del jardín.
—Hace frío. Mira la cesta de los disfraces, está la falda de mi hermana, la que yo me puse cuando me disfracé, el azulete que me lo dio su criada para pintarme la cara. Y la peluca con la espada, aunque es de madera —miró fijamente a Torrente—, ¿Te acuerdas? tú hiciste de caballo, aunque me tiraste dos veces al suelo. Y eso que te comiste mi hamburguesa.
El niño se asomó por el quicio de la puerta, todo parecía estar tranquilo, apenas pasaba un alma por la acera de la urbanización del extrarradio local.
El perro se dejó caer al suelo y descansó alargando la cabeza.
Resignado Borja cavilaba sin cesar. En el rincón permanecía un poster de la caratula de la película Braveheart, misma que el utilizó para disfrazarse como Mel Gibson. La desplegó y en un plis plas y se colocó la falda escocesa, luego la peluca y cogió la bolsita de azulete, depositó un poco en un recipiente, mojó los dedos con saliva y se impregnó la mitad de la cara atediando el reflejo de un tapacubos. Blandiendo la espada en alto saltó eufórico:
—¡Tenemos que hacer que salten las alarmas! ¡Ladra cuanto puedas!
Borja y Torrente comenzaron a correr por el jardín sin destino alguno, al pronto, el chiflo flautero de la entrada comenzó a silbar, algunas casas prendieron las luces, los vecinos acudieron a las ventanas, otros al porche para cotillear móvil en mano. Al poco llegó un coche patrulla, se detuvo frente a la casa, el niño y el perro acudieron al encuentro y alertaron de lo ocurrido en el interior. Uno de los agentes solicitó apoyo por la emisora y cuando eso ocurrió, llegó el coche con su padre. Por sugerencia del policía, abrió la puerta automática de la verja con el mando a distancia, apenas quedó libre, llegaron tres coches patrulla, el que debería ser el jefe de ellos asió un megáfono y se en codo en el capo observando los destellantes azules. de la parte trasera.
Borja en un descuido del policía se lo arrebató y gritó:
—¡¡¡Por la Libertad!!!
De repente, salió corriendo montado en los lomos de Torrente con espada en ristre hacia la puerta de su casa.
—¡Guau…¡ ¡Guaau…! ¡Guau!
—Torrente frenó de repente por ver la puerta abrirse y Borja fue rodando hasta los pies de su madre que recibía al perro con los brazos abiertos.
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