Anselmo Cifuentes, de 55 años, de oficio sus labores entre dolores, llegó a la consulta del médico, en el centro médico de su barriada, al ver que en toda la sala no quedaba asiento libre, consultó el papelillo donde tenía anotada fecha y hora. Quedó plantado hasta que observó en la pantalla del monitor su turno. Entró dando los buenos días y, una vez cerrada la puerta, el doctor, de aspecto escueto, por suplir al titular de la consulta, tras observar de pasada la pantalla del ordenador, revisando el historial del paciente, se interesó, con menos interés que el funcionario que atiende un registro de entradas.
—Dígame…
—Pues que me he quedado sin Omoprazol, también me haría falta una caja de paracetamol efervescente, de un gramo, y ALMAX, una caja, para el ardor, y otra de aspirinas y también Relaxin, duermo fatal, insomnio hipotecario, diría yo. No pego ojo por las noches… igual es por la siesta de pijama, una resonancia magnética me iría bien para la rodilla, ¡ah! también me duele el corazón, si acaso, no me vendría mal un electro, digo, o algo que me alivie. Me noto muy nervioso. Y análisis… me han citado en el paro obrero para un trabajo en la constructora. Ah, y un
—¿Cuánto tiempo lleva en paro?
—Poco, y todavía me queda subvención.
—Será conveniente que le de la baja laboral.
—¡No me recete nada! ya si eso, vuelvo en unos meses; igual pillan a otro.
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