Llevábamos más de 22 kilómetros
recorridos desde que abandonamos la ciudad amurallada de Lugo y yo buscaba
alguna escusa para poder descansar y recuperarme, habíamos parado media hora en
San Romao da Retorta, una parroquia de ciento cuatro habitantes y que se
encontraba una antigua venta destinada al hospedaje de viajeros. Según un
anuncio, cerca de aquel lugar se descubrió un milenario romano de Caio César
Augusto, fechado en el año 40 antes de Cristo que atestiguaba el paso de la
calzada XIX Lucus ab Iria Flavia. El
poste original se emplaza en el Museo de los Caminos de Astorga. Junto a la
replica de granito gris, comimos un bocadillo que yo mismo compré en una aldea cercana y por ello
necesitaba un poco de desasosiego, el ritmo puesto por el grupo en la
interminable ascensión me había desfondando. Fue Jesús, el mas joven de
nosotros, quién se detuvo al ver un cementerio cuyas lapidas se encontraban a
nuestro paso, dio la voz de alerta al descubrir una pequeña ermita que había al
fondo de un corto camino flanqueado de geranios, nos detuvimos y observamos a
una anciana que llegaba por una senda angosta que había a la derecha del
edificio de piedra labrada, lo hacia a paso lento, hasta que se detuvo delante
de la puerta de madera abigarrada, nos acercamos y vimos como sacaba del
bolsillo de su mandil una llave de hierro tan larga que llegaba a sobresalir de
su mano, la introdujo en la cerradura y con un solo giro abrió produciendo el
sonido chirriante de los goznes, nos miro sujetando la puerta entornada y
mostró una sonrisa invitadora. Dejamos las bicicletas apoyadas sobre un muro
donde la hierbabuena cubría los márgenes y desprendía un agradable olor al ser
meneada por nuestros pasos, entramos tras ella, por el respeto que requería el
momento, nos quitamos el casco con solemnidad. En el interior, la mujer, muy menesterosa,
nos observó dedicándose a cambiar las flores de un viejo jarrón de cerámica que
presidida una imagen añosa de Cristo Crucificado. Sin decir ni pio, permitió
que admirásemos aquel pequeño templo. La curiosidad nos llevo a la calma para
escudriñar cada metro cuadrado de aquella magnifica obra maestra de la cual
quedamos prendados. En la parte trasera del altar se podía ver una larga
ventana en donde una piedra de mármol blanquecina permitía la entrada de la luz
solar. Nos llamó la atención un pequeño altillo sujeto de unos troncos que
debería ser ocupado por el coro, justamente encima de la entrada. ¿Cuántos años
tiene? Le pregunté, he hice una referencia al templo sin dejar de mirar las
pinturas que rodeaban el habitáculo y que bien podrían ser del románico. El
edificio era de una sola nave cubierta por un tejado a dos aguas. Su vinculo
con la orbita jacobea nos quedó patente al descubrir en su pila bautismal la
cruz de Santiago labrada en piedra en el siglo XIV (según indicaba una pequeña
inscripción). La mujer, forzando su lenguaje gallego, ya que no disparaba ni
una en castellano, nos indicó que estaba dedicada a San Salvador y señaló con
la mano una figura del santo que descansaba sobre una altar en el lateral
izquierdo. Con paso renqueante, se nos acercó cuando termino su menester y yo le
pregunté si podía hacerse una foto con nosotros, cosa que denegó hacerlo sin su
“Santiña”, miro la figura que posaba
sobre una pequeña estantería rodeada de flores y se santiguó. La permití que
nos explicara todo lo concerniente a la ermita, solo le pude pillar que ella
era la que cuidaba de la iglesia y que se dedicaba desde que tenía uso de razón;
añadió que desconocía desde cuando y se encogió de hombros, por pura curiosidad,
le pregunté por su edad y me respondió abanicando la mano que sobre ochenta y
algunos más. Continuó explicándonos cosas de aquella magnifica obra, pero
insisto, sólo pillé que hacían misa los domingos a las doce y que subía el
párroco de la extensa comarca. Puestos delante de su imagen de la “Santiña”, Xavi la ayudó a bajarla de la estantería
en la que estaba y la depositó sobre de una cómoda de madera labrada. Junto a
ella, nos hicimos la foto que yo le prometí colocaría en un lugar donde nos
verían mucha gente y que se llamaba Facebook. La mujer sonrió y luego beso
aquella imagen asiéndole las manitas e invitándonos a que observásemos su devoción,
lo hicimos, pero evidentemente, sin el recogimiento en que ella lo hacia. Antes
de despedirnos, sonrió y nos deseo que tuviésemos un buen Camino. Al subir en
mi bicicleta, y algo mas recuperado, no
tuve otro deseo que contar aquella experiencia.
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